Por Jairo Sepúlveda*
No es necesario presentar mayores antecedentes en torno a la demanda ambiental que se opone al proyecto Hidroaysén. Lo masivo de su despliegue y la palestra mediática que ha alcanzado, han dado inusitado curso a una de las más grandes movilizaciones sociales de los últimos años. Ahora bien, el problema de Hidroaysén es aún mucho más profundo que la milagrosa revocación de la decisión política desde el gobierno central. Va más allá, y ni siquiera se reduce al cambio de la institucionalidad ambiental, arrancando los veredictos ambientales de manos políticas a cabezas técnicas. La mayor parte de los conflictos ambientales actuales, desde la construcción de amenazantes embalses de relave, la apropiación y contaminación de las aguas dulces –glaciares incluidos-, la instalación de contaminantes termoeléctricas a la monstruosa intervención de la Patagonia, tienen su causa última en el modelo de desarrollo del país, esto es, el crecimiento acelerado de las grandes empresas –la mayoría mineras- como cabeza conductora de la sociedad, en desmedro de del cuerpo social y sus ecosistemas. Ahora bien, ¿qué podemos hacer para frenar y revertir el motor que da orientación y forma al país? ¿Existe un proyecto de desarrollo alternativo?
Pareciera ser que 2011 es en el mundo y en Chile un año cuyo sino es el de las reivindicaciones sociales y políticas. Baste recordar la intensa movilización magallánica al iniciar el año. Al flanco ambiental se van sumando antiguos y recientes frentes, como la histórica lucha del pueblo mapuche, las movilizaciones estudiantiles por frenar la reforma educacional encabezada por Lavín, las demandas de los damnificados del terremoto, y la lista sigue.
Este sábado, se concretó el esperado retorno del derrocado presidente de Honduras José Manuel Zelaya desde su exilio, mediante un acuerdo posibilitado por los gobiernos de Venezuela y Colombia. MEL, como se le conoce, fue recibido por miles de hondureños, organizados en el Frente Nacional de Resistencia Popular, ente político que brotó a partir del golpe de Estado de 2009 y que ha sido duramente reprimido estos dos años. En sus primeras declaraciones, MEL insistió en la que ha sido la más importante bandera de lucha del pueblo hondureño: el levantamiento de una Asamblea Constituyente, cuya más mínima asomo irritó a la elite hondureña y a sus aliados en Washington quienes fraguaron el golpe de estado. Sin embargo, el anhelo constituyente ha enraizado tan profundamente en los sectores populares que ni la dictadura, ni la persecución ni el asesinato, ni el alejamiento forzado de su principal líder, han hecho desistir de la convicción de alcanzar este objetivo.
¿Por qué traer a colación en una misma columna a la discusión del modelo de desarrollo, Hidroaysén, y a MEL Zelaya? La respuesta es una: Asamblea Constituyente. Prácticamente la totalidad de la fragmentada izquierda chilena aspira al desarrollo de un proceso constituyente que culmine con una Asamblea Constituyente y una nueva Constitución. Se espera que ésta se convierta en una tabla rasa, desde donde comenzar a construir un país realmente democrático y tengan cauce las viejas y nuevas reivindicaciones. Sin embargo, esta idea no logra recalar como una reivindicación importante en los movimientos sociales que hoy copan la contingencia, y por extensión, aún menos significado tiene para quienes ven con la indiferencia del televidente toda movilización social y política. Bajo estas condiciones es necesario buscar los caminos que nos permitan hacer de todos el proyecto constituyente.
En la manifestación contra Hidroaysén de este viernes en Rancagua –como se ha caracterizado esta movilización- la mayoría de los marchantes eran jóvenes. Asomaron consignas de apoyo al pueblo mapuche, también algunas relacionadas con la educación. Se hace necesario poner de manifiesto que urge comenzar a coordinar los distintos frentes de lucha. Es necesario hacer ver a los diferentes movimientos sociales, ambientales, estudiantiles, que el origen de sus demandas radica en el actual modelo de desarrollo que campea a lo largo del territorio, que gobierna desde el parlamento y la moneda. El mismo modelo instaurado a sangre y fuego por la dictadura cívico-militar, el mismo que fue brillantemente administrado en 20 años de concertación. El mismo que la vieja derecha, ahora en el gobierno se esfuerza por radicalizar. Ahí estamos. Tal vez si un proyecto constitucional, donde quepan todas las demandas de justicia social, ambiental y política, pueda enraizarse, como en Honduras, y sea la bandera de lucha para la transformación de nuestro país.
*Arqueólogo. Miembro de C.RE.A.
No hay comentarios:
Publicar un comentario