Por Lautaro
Fucik
Cuando
la vi, ella me trasladó al paraíso. Fui con mis ojos al más original
territorio.
Caminando...vi
un río, un manantial, un mar de manzanas esperando ser tomadas con toda la
alegría y calidez del mundo. Di las gracias por tan bella creación. Recordé las
hermosas palabras del texto de la
Carta del Jefe Seattle de la tribu de los indios Suwamish de
1855, al Presidente de los EE.UU., rechazando venderle sus tierras, porque la
tierra es de todos y los frutos que ella produce.
La
manzana en su dulzura reúne, resume toda la secreta faena de la tierra y del
vuelo laboral de las abejas.
Ingresé
al predio cercado por toda la agresión de sus dueños. Las manzanas se ofrecían
generosas, casi risueñas, lúdicas, ruborosas. Parecían decirme: Somos una
multitud para toda la humanidad.
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